Según las escrituras, ya ven que todos, San Juan, Mateo, Pablo, Tomás y el resto de escríbanos que redactaron dicho documento, despues de morir Jesús, fue llevado a una cueva, amortajado por su Madre con gran amor-dolor, ayudada por María Magdalena y varias más que aportaron aceites y unguentos, limpiaron las heridas, como si eso sirviera de gran cosa por que hay heridas que jamás sanan, pero la intención era buena, caricativa y quien sabe cuál de ellas, dejó una vela encendida al cerrar con piedras el sepulcro. Esa vela, ese humilde pabilo, fue el cirio que acompañó a Jesús tres días alumbrándolo con una fiereza increíble, esperando pacientemente mientras se derretía gota a gota. ¿Sabía esa luz que regresaría? Creo que sí, pareciera que un ángel la sostuviera y que al resucitar Jesús, como si fuera un niño, no se viera ni sintiera solo en la obscuridad. De ahí, nace la tradición de prender velas y apagar la luz de la Iglesia, pero para aquellos que no asisten por las razones que sean, pero en sus casas prenden velas, el propósito es el mismo, el amor al que murio y que vea luz para encontrar la salida. Observa tu vela, hay momentos en que fallece, se debilita, baila fuertemente, se alza prepotente y desafiante, está haciendo su trabajo, tú, haz el tuyo.
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